El mar, la mar...


El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!


Laura Marling - Devil's Spoke

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En Fall, el sueño de Alexandria, fue la primera vez que los vi. Nunca antes había visto elefantes nadando. Me impresionó la imagen.

Una cuestión de celos

Llevo semanas con la mosca tras la oreja. Mi reseñista favorito, amante de Borges y de la simetría, de la planificación y del número áureo, tiene una pasión oculta que voy a confesaros. Con la definición que de él hago os podréis imaginar cómo disfruta viendo día a día si baja lo que debemos de hipoteca, cómo gusta de tachar con tiralíneas las tareas de su agenda o cómo planifica el número de páginas exacto que cada día ha de beberse de la media docena de libros que lleva simultáneamente entre manos.


No puede enfadarse si os cuento esto pues él mismo habrá de explicar públicamente el motivo de semejante situación que ya no sé si nombrar de doloroso escarnio o cuernos internáuticos. Primero os debo contar que cuando descubrió cómo podía conocer con precisión el origen de la visitas a su blog, el mecanismo a través del cual llegaban los lectores a su espacio de reseñas o la hora y número de páginas vistas, el sinvergüenza se emocionó. Imagínenlo con afán de ábaco revisando los datos noche a noche y despertando en su calenturienta mente de reseñista utopías de por qué lo visitaban desde Moscú y Togo a horas intempestivas.

Avisada fui de una extraña circunstancia: las visitas de Mar de Plata y Mali eran esporádicas, pero un visitante se volvió fiel, insistente, pecaminosamente tenaz. Con la inocencia del que no quiere levantar sospechas, el reseñista, supuestamente ignorante de los hechos,
me informó que un visitante de Mountain View, California, entraba casi a diario a su página de reseñas. ¿Qué pensáis que imaginé en momento semejante? Como celosa concienzuda revisé la estadística y comprobé en mi propia pantalla TFT cómo el curioso había subido el número de visitas de United States hasta superar las 300.

Me prometí arreglar el asunto aunque me costaba ponerle nombre a la raíz de mi rabia. Mi motivación partía de la envidia pues, pese a que Rubén dobla el número de mis visitantes, el mosqueo era potenciado por el origen de la visita californiana, erosionante y altiva. Yo puedo presumir de ser visitada desde Libia, Japón y Grecia, pero no de tener un seguidor fiel que no esté obligado por amistad a leer tanta tontería de aquí la Martica.

Lo cierto es que la cosa empeoró cuando él advirtió mi recelo pues añadió que lo mío no tenía mérito al incluir música y películas de interés planetario (¿notáis como yo la sorna en sus palabras?), pero que sus reseñas merecían atención desde otros países con otras lenguas y que alguna buena razón habría de existir. Grrrrrrrrrr... (¡Serpientes, calaveras y bombas de mano...!)

Sí, lectores, en esto andaba la cosa cuando hallé mi venganza, mi estocada mortal. ¿Pensáis que he forzado un bloqueo internacional? ¿Que he malvendido su nombre y maldecido su prosa? No, no. Qué va. Nada tan certero y definitivo como la propia verdad, queridos. De qué regusto gozo ahora que he descubierto al revisar la información de mi blog y descubierto que a las 14:10 y a las 15:19 (hora local) del presente día, recibía sendas visitas desde Mountain View, California. ¡Ja! ¡Toma esa!






Mordisquitos

Cuando las cajas de ahorros parecían agotar los regalos promocionales típicos como maletas, pelotas de playa y calendarios, comenzaron a buscar nuestro interés (preferentemente fijo a variable) con otros presentes más sorprendentes y exclusivos. Emergieron entonces en las cristaleras de las oficinas y en las pantallas de los cajeros automáticos edredones con estampados de Warhol y televisores de plasma de 41 pulgada (¿no os pica a vosotros la pierna al escuchar esa palabra?). A cambio de depósitos a 9 meses o aportes especiales en los planes de pensiones podías llevarte a casa un portátil de bolsillo o un estupendo juego de té y un libro de haikus.

Esta Navidad mi madre quiso enriquecer mi ajuar con una elegante cubertería de Benetton (¿se puede nombrar marcas en esta franja horaria?). A mí me encantó, sobre todo cuando vi que mi perla se negaba a tomar sopa con una cuchara plana y yo ya tenía la excusa idónea para ir dejando regueros de caldo desde el plato a mi barbilla. La cubertería de Ikea ya tenía con quien practicar la exogamia; cuchillos y cucharillas dieron rienda suelta a los coqueteos nocturnos y comencé a percibir miraditas insinuantes en sus duchas diarias. Dos meses más tarde los tenedores de diseño italiano estrenaron plateados competidores; había inscrito a mis alumnos a un concurso en el que no llegaron a participar por llevarles demasiado tiempo y como regalo por no lograr convencerlos (ni siquiera mediante premios como videoconsolas y viajes) me llegó a casa una cubertería modernilla y molona.

Ahora debo decir que ninguna de las tres familias de cubiertos me convence. Ni siquiera creo que lo consiga el fruto de los cruces inoxidables que puedan aparecer en mi cocina. Tengo que convencer a mi aseguradora o a mi línea de teléfono que me ofrezca la cubertería definitiva, la insustituible, la auténtica vajilla vital. El diseño es de un tal Mark A.Reigelman y prometo que aumentaré las gigas de mi contrato o aseguraré a todo riesgo mi bicicleta inglesa de segunda mano si a cambio me la regalan, pero por favor, ofrezcan como promoción estos cubiertos. Los quiero.