Que no haya luego reprimendas si nadie recibe invitaciones.
El martes intervengo en el Ciclo "La palabra creadora. Literatura en Murcia: poetas y narradores". Ya veremos como qué voy, ahora que no me siento ni una cosa ni la otra. A ver.
Será el martes 14 a las 19:00 en el Hemiciclo de la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia.
Sirva esta entrada para anunciar que paso a escribir regularmente en otro blog, Los libros del Guisantito. Utilizo para ello un hermoso poema de Joseda Espejo. Sus versos resultan duros tal vez, pero la intensidad es bella incluso desde la propia tristeza.
Encontraréis en Los libros del Guisantito un diario de lecturas de libros infantiles y álbumes ilustrados. Casi a diario leo en voz alta para mi panza y el guisantito que en ella crece. Con música (siempre buena música de fondo) me dirijo a mi pequeño transmitiéndole mi curiosidad y entusiasmo por las letras y las bonitas ilustraciones que suelen acompañar a estos libros para pequeños y no tan pequeños lectores.
Mojaos en la esperanza de estos versos de Joseda Espejo que siempre me han dado fuerza. Más ahora que he de luchar por dos.
MIGUELITO BATTLES THE PINK ROBOTS
Yo que tanto sabía, sobre el papel, de la Nada
no sabía que la Nada consistía en despertarse
un lunes a las dos con la cama empapada
y que aquello fuera sangre, y que la sangre viniera
del útero de Charo embarazada de tres meses
de mi pequeño, mi amado, mi precioso hijo Miguel.
La Nada prosiguió en una sala de urgencias,
una médico que dijo que no había nada que hacer
y nos mandó para casa, a esperar un milagro,
durante dos días. Qué sabía yo, de la Nada,
o la Nada de mí, y ahí nos vimos las caras,
nos sacudimos bien. Y los días pasaron,
pero no como días normales hechos de tiempo,
sino como libros eternos, de páginas iguales.
Te dije tantas, tantas veces las mismas frases
que me dio miedo que te hartaras de mí.
Te dije agárrate, quédate ahí con la mamma,
te dije ven, o salta de este lado,
o dame la mano hasta que se olviden de ti
éstos que vienen a buscarte, y sobre todo
te dije, Miguel, tienes que ver esto,
tienes que ver esto, muchachito, vas a ver.
Entonces yo, que tanto había leído de la Nada,
me preguntaba sorprendido: ¿qué tiene que ver?
¿qué es eso que estás viendo tan valioso
ahora, tras tus cursos de la Nada,
tu licenciatura en Nada, qué hay que merezca
ser visto, que no te puedes perder?
Ah, era ésa una pregunta difícil.
Yo ya sabía la respuesta, pero aún
no podía formularla, y miraba
las montañas del sur de la ciudad
repletas de pinos tostados, los árboles de las aceras,
lo poco que a mediodía en julio se ve
sin gafas de sol ni haber dormido,
más que nada miraba las chicas,
las nubes en fuga, el cielo azul
y repetía: Miguel,
tienes que ver esto, cómo puedes decirme
que vas a dejarlo todo, que te largas
a estudiar el lenguaje de las sombras
con todo lo que tengo que enseñarte,
con todo lo que aún no has visto por aquí,
pequeño Miguel.
Y llegó el jueves como llega
hasta en las pesadillas el final de la escalera
y te vimos moverte en una ecografía
con el corazón a ciento diez, y sonreímos,
y a mí volvieron las voces a preguntarme
qué era eso que había que ver
tan importante, si no creía en la Nada
y en el Existencialismo, yo, tan leído,
que qué pasaba con Beckett, entonces, que le dijera
a él lo que a Miguel un poco antes,
que volviera al redil. Y contesté:
qué coño. Y repetí: qué coño, señores,
de acuerdo que no hay Dios, pero qué importa
si tenemos esto otro: las montañas,
el camino hacia la playa (en ese punto
los dejé solos y hablé para Miguel),
y la brisa del mar y los pasteles de carne
y la voz de Keren Ann y a Miyazaki
y los libros de Žižek y los pechos de tu mamma,
cómo puedes pensar en perdértelo sin probar,
cómo puedes desertar sin hacerte tu lista
de placeres irrenunciables, contrastándolos todos,
sabiendo de qué hablas cuando hablas de amor.
Otra cosa no te doy, pero es suficiente,
y a cambio nada pido. O si acaso
que no te hagas concejal de Urbanismo
ni traficante de armas, que no le cuentes
a las madres de tus amigos
las palabras que te enseño en este poema,
lo mal que hablamos, tú y yo, cuando decimos la verdad,
los terribles insultos que lanzamos a los siervos de la Nada.
B.S.: Yoshimi battles the pink robots, de Flaming lips
Hace un par de semanas me embobé como una tonta con Los viajes del viento, largometraje del director colombiano Ciro Guerra. Aunque el cerrado acento de los actores me limitó en la comprensión de algunos de los diálogos, confieso que la intensidad de la historia y la belleza de los paisajes me subyugaron. Este homenaje a la tradición juglaresca y a la profunda pasión que despierta la música, cuenta cómo Ignacio Carrillo es incapaz de cumplir su promesa de abandonar su vida andariega tocando vallenatos de pueblo en pueblo. La leyenda que le da fama cuenta que ganó su instrumento al mismo diablo en un duelo musical.
Ignoro si el maestro Richard Galliano logró su carismático sonido en semejantes circunstancias, aunque cierto es, que su magia carece de tintes maléficos. Más al contrario, con su acordeón es capaz de abrir cálidos paisajes en quien lo escucha, logrando una luz viva, ya con colores melancólicos, ya con la auténtica fruición de la alegría.
Para quien no lo conozca incluyo un vídeo de Tangarian Quartet interpretando "Chat Pître". Es una limosna hasta que vuelva por cuarta vez por estas tierras.
El pasado 11 de mayo visité en Cartagena el IES Almirante Bastarreche. Disfruté de lo lindo viendo los juegos que los profesores habían preparado para acercar la historia de la ciudad hasta el encuentro de la literatura. Habían convertido al barrio en un gran tablero y como experimentados investigadores los chicos solucionaron cada pista del juego.
Aunque no estuve presente el día del concurso, sí pude admirar en mi visita algunos trabajos relacionados con la lectura de "Mensaje cifrado". Se me quedan adheridos en el recuerdo no sólo la satisfacción de ver actividades tan originales relacionadas con el libro, sino una gran envidia por esa edad tan mágica en la que todo se vive con tal intensidad. ¡Espero no haber perdido aún la curiosidad ni las ganas de entonces!
Agradezco desde aquí no sólo a los profesores de estos alumnos su mano guía, también a todos los alumnos allí presentes y en especial a mi presentadora (¡toda una profesional!).
Llevo semanas con la mosca tras la oreja. Mi reseñista favorito, amante de Borges y de la simetría, de la planificación y del número áureo, tiene una pasión oculta que voy a confesaros. Con la definición que de él hago os podréis imaginar cómo disfruta viendo día a día si baja lo que debemos de hipoteca, cómo gusta de tachar con tiralíneas las tareas de su agenda o cómo planifica el número de páginas exacto que cada día ha de beberse de la media docena de libros que lleva simultáneamente entre manos.
No puede enfadarse si os cuento esto pues él mismo habrá de explicar públicamente el motivo de semejante situación que ya no sé si nombrar de doloroso escarnio o cuernos internáuticos. Primero os debo contar que cuando descubrió cómo podía conocer con precisión el origen de la visitas a su blog, el mecanismo a través del cual llegaban los lectores a su espacio de reseñas o la hora y número de páginas vistas, el sinvergüenza se emocionó. Imagínenlo con afán de ábaco revisando los datos noche a noche y despertando en su calenturienta mente de reseñista utopías de por qué lo visitaban desde Moscú y Togo a horas intempestivas.
Avisada fui de una extraña circunstancia: las visitas de Mar de Plata y Mali eran esporádicas, pero un visitante se volvió fiel, insistente, pecaminosamente tenaz. Con la inocencia del que no quiere levantar sospechas, el reseñista, supuestamente ignorante de los hechos,
me informó que un visitante de Mountain View, California, entraba casi a diario a su página de reseñas. ¿Qué pensáis que imaginé en momento semejante? Como celosa concienzuda revisé la estadística y comprobé en mi propia pantalla TFT cómo el curioso había subido el número de visitas de United States hasta superar las 300.
Me prometí arreglar el asunto aunque me costaba ponerle nombre a la raíz de mi rabia. Mi motivación partía de la envidia pues, pese a que Rubén dobla el número de mis visitantes, el mosqueo era potenciado por el origen de la visita californiana, erosionante y altiva. Yo puedo presumir de ser visitada desde Libia, Japón y Grecia, pero no de tener un seguidor fiel que no esté obligado por amistad a leer tanta tontería de aquí la Martica.
Lo cierto es que la cosa empeoró cuando él advirtió mi recelo pues añadió que lo mío no tenía mérito al incluir música y películas de interés planetario (¿notáis como yo la sorna en sus palabras?), pero que sus reseñas merecían atención desde otros países con otras lenguas y que alguna buena razón habría de existir. Grrrrrrrrrr... (¡Serpientes, calaveras y bombas de mano...!)
Sí, lectores, en esto andaba la cosa cuando hallé mi venganza, mi estocada mortal. ¿Pensáis que he forzado un bloqueo internacional? ¿Que he malvendido su nombre y maldecido su prosa? No, no. Qué va. Nada tan certero y definitivo como la propia verdad, queridos. De qué regusto gozo ahora que he descubierto al revisar la información de mi blog y descubierto que a las 14:10 y a las 15:19 (hora local) del presente día, recibía sendas visitas desde Mountain View, California. ¡Ja! ¡Toma esa!
Cuando las cajas de ahorros parecían agotar los regalos promocionales típicos como maletas, pelotas de playa y calendarios, comenzaron a buscar nuestro interés (preferentemente fijo a variable) con otros presentes más sorprendentes y exclusivos. Emergieron entonces en las cristaleras de las oficinas y en las pantallas de los cajeros automáticos edredones con estampados de Warhol y televisores de plasma de 41 pulgada (¿no os pica a vosotros la pierna al escuchar esa palabra?). A cambio de depósitos a 9 meses o aportes especiales en los planes de pensiones podías llevarte a casa un portátil de bolsillo o un estupendo juego de té y un libro de haikus.
Esta Navidad mi madre quiso enriquecer mi ajuar con una elegante cubertería de Benetton (¿se puede nombrar marcas en esta franja horaria?). A mí me encantó, sobre todo cuando vi que mi perla se negaba a tomar sopa con una cuchara plana y yo ya tenía la excusa idónea para ir dejando regueros de caldo desde el plato a mi barbilla. La cubertería de Ikea ya tenía con quien practicar la exogamia; cuchillos y cucharillas dieron rienda suelta a los coqueteos nocturnos y comencé a percibir miraditas insinuantes en sus duchas diarias. Dos meses más tarde los tenedores de diseño italiano estrenaron plateados competidores; había inscrito a mis alumnos a un concurso en el que no llegaron a participar por llevarles demasiado tiempo y como regalo por no lograr convencerlos (ni siquiera mediante premios como videoconsolas y viajes) me llegó a casa una cubertería modernilla y molona.
Ahora debo decir que ninguna de las tres familias de cubiertos me convence. Ni siquiera creo que lo consiga el fruto de los cruces inoxidables que puedan aparecer en mi cocina. Tengo que convencer a mi aseguradora o a mi línea de teléfono que me ofrezca la cubertería definitiva, la insustituible, la auténtica vajilla vital. El diseño es de un tal Mark A.Reigelman y prometo que aumentaré las gigas de mi contrato o aseguraré a todo riesgo mi bicicleta inglesa de segunda mano si a cambio me la regalan, pero por favor, ofrezcan como promoción estos cubiertos. Los quiero.
El amigo Supersalvajuan ha bebido más gintonic de lo que es habitual en él, no me cabe duda. Hoy ha relacionado en su blog un artículo del ABC sobre la memoria histórica con Mensaje cifrado. Su acercamiento al libro (lúcido y fresco como es usual en él) termina en una reflexión sobre la educación actual y de cómo plantea la enseñanza de la guerra civil a sus alumnos. Me han entrado unas ganas tremendas de entrar a una de sus clases para comprobar si de verdad cuela citas de los Manic Street Preachers. Te digo desde aquí, Supersalva, que mucho has de esforzarte para superar las apasionadas y siempre sorprendentes erudiciones de mi gran Pedro Olivares (que me perdonen el posesivo sus admiradores). Aprovecho también para amenazarte: como coincidamos en el mismo centro soy capaz de esclafarme las Converse y mi sudadera con avionetas y confundirme entre tus alumnas de la ESO.
El trailer de Amerrika me despertó la curiosidad hacia esta historia de integración tan fresca y entrañable. No sería la primera vez que una película me defrauda tras un trailer atractivo (recientemente me sucedió con Donde habitan los monstruos), pero no ha sucedido así en esta ocasión.
"Conmigo no tienes que fingir. No tienes que decir nada. Si me necesitas, silba. Sabes silbar, ¿no? Sólo tienes que juntar los labios y soplar. Y yo acudiré a tu llamada".
"Y si no pudieras dominar la situación: ¡Dame un silbidito!"